lunes, 30 de mayo de 2016

Palabras de amor

Los más pragmáticos tachan las palabras,
cuando son muchas y complicadas,
de estériles.
Otros, los más necios,
se refieren a ellas como palabrería.
En el peor de los casos, alguno añadiría
que las palabras son solo eso:
                                               palabras.
Desconocen que nada distaría el hombre
de un autómata
si sus actos y su tiempo fueran la totalidad
                                           de lo que posee.

En ocasiones, los ideales que mueven
a aquellos que reclaman justicia,
palabras como libertad
o simplemente dolor
son tan sólidos,
tan reales y contundentes –o más–
como el adoquín lanzado en la reyerta.

Las palabras permiten crear
allí donde no hay más que nada sin ellas.
Porque la posibilidad de ser es infinita
y en ella me tomo a través
del verbo 
              –Esto es lo que soy–                                           
igual que el artista elige una forma
y no otra
porque esa es acaso más pura,
más bella y noble:
                             porque todos los hombres
deben saber necesariamente de su existencia.

Nombrar es también un acto,
pensar, sentir no son sino poner palabra.
Qué es el futuro sino un puñado
                                               de palabras.

Yo soy también
–y ante todo–
                      palabra.
Y te necesito a ti para ser,
para darme en las palabras que poseo,
único como soy a través de mi boca.
Porque sé que tú me distingues entre todo,
incluso en la multitud confusa de los pronombres,
en el caos del mundo y su devenir.

Mi pensamiento me permite llegar
a donde no llegan
                            mis manos.
Y, en ocasiones, mis palabras
son aún mas ciertas,
más propias que mis dedos.

Yo puedo tocarte.
Pero puedo también decirte
que te amaré siempre
sin que nadie me arrebate esa certeza,
sin que nadie diga que siempre es una palabra
que rara vez sigue ahí cuando acaban los días,
simplemente porque hoy quisiera amarte
hasta el último de ellos.
Y si eso cambiara mañana
nadie –repito: nadie– podría negar
que mi amor fue infinito,
que abarcó todo tiempo y todo lugar
durante cada instante –uno por uno–
de los que estuvo vivo,
consumando mi existencia.
Porque me di a ti todo cuanto soy,
                                    inabarcable.

Y porque en este preciso instante
esa posibilidad es tan nuestra
                                              y tan cierta
como la mano que ahora te acaricia dulcemente
y que, sin estas palabras,
no sería más que una mano
posada torpemente
                            sobre un cuerpo ajeno.



      

    

miércoles, 11 de mayo de 2016

Poema a una perra

A Gaya, compañera fugaz de toda una vida.

Se llamaba Gaya.

Tan solo el último día comprendí:
en sus ojos había tres cuartas partes
de océano
               por una de tierra.

(De ella aprendí esa clase única de amistad
que te enjuga las lágrimas a lametones).

Sé que en su carácter noble
habrá siempre algo de las perrerías
que yo un día le hice
—con amor, ante todo—
como habrá siempre algo en mí,
siguiéndome fielmente
por pasillos y escaleras,
parques y callejones,
más allá de todo.

Pero qué vida de perros,
ahora que Gaya no está aquí,
                          mordisqueando mi desidia.