viernes, 24 de junio de 2016

Destino

''Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos''.

Julio Cortázar


Qué misterio este,
qué conocerte desde siempre
sin haber estado.

Qué quererte tan de pronto
en los cimientos aún recientes
del hallazgo.

Era el destino, amor,
¡el destino!
que nos venía llamando.


miércoles, 22 de junio de 2016

A José Saramago

''Yo quiero que en mi lápida diga: Aquí yace, indignado, José Saramago. Primero por no estar vivo. Y luego por haber venido a un mundo tan malo y que en lo esencial no ha cambiado''.

Bajo su lápida
como bajo un malpaís
yace indigado José Saramago.
Y aunque no estar vivo
es un motivo bastante digno
para estarlo,
el motivo verdadero
de su indignación
justificó la totalidad de su vida.

En Lanzarote,
su isla y la mía,
habita todavía una duda
desde que don José
cogió el hilo de Ariadna
para adentrarse en la oscuridad
de la Conservaduría,
y, en su reverso –el de la duda
y el de la muerte–,
una magnífica certeza:
el mundo será un lugar hermoso
algún día.

Qué pobres...

A Nacho Huete

Qué pobres son aquellos
que solo tienen el dato objetivo,
la prueba empírica,
un cerebro y unas manos
y unas vísceras y unas hormonas
que causan algunas cosas
(todas ellas con una
explicación perfectamente racional).

La razón es para ellos
la pura constatación de un hecho
material,
de una realidad
ponderable
y no el elemento mismo
de la trascendencia.

Qué pobres son aquellos
que se llevan por las cifras.
Ellos ven el futuro como un contrato
y algún día tendrán hijos
y les dirán que sean alguien
–como si no tuvieran
ya un nombre–
y tendrán una pareja
con la que sobrellevar
la rutina
y quizá un amante –al que
tampoco amen– que les pula
los anhelos y su intrínseca
cornamenta.

La lluvia les molestará
para ir al trabajo. Yo les veo,
en ocasiones,
refunfuñar bajo el paraguas
y consultar sus relojes caros
de pulsera
como si el tiempo fuera oro
–qué pena– y no algo
                               de valor.

Llegan holgadamente a fin de mes.
Se marcan metas para mantenerse
entretenidos.
Ellos consideran que la vida
es no más que el acto de estar
                                               vivos.
Y a ellos vendrá la muerte –como a
todos los de su especie– salvo
que su lápida será más bella
y familiares enlutados
llorarán comedidamente
su muerte minúscula
y dirán que era bueno,
que cuidó de los suyos
(queriendo decir, quizá,
de lo suyo),
que nunca dijo una palabra
                                  más alta
                                    que otra

sin saber que se fue pataleando,
muerto de miedo y de fracaso
porque intuyó seguramente
que el mundo había pertencido
siempre
a los otros:
                 a los que perdieron
horas de sueño para ganar
                    horas de vida
y soñaron
y nunca dejaron de amar
con entrega
ni permitieron que las utopías
cotizaran a la baja en la bolsa
y los maletines de los hombres
que llevan nuestra soga por corbata.

Esos, los realistas,
son los más pobres:
no tienen más
                que la realidad.
El mundo les venció 
                   de antemano.

Porque el mundo es –insisto–
de los otros:
                   de esos a los que se acusa
de vivir de sueños
como si fuese más real y más digno
vivir de lo tangible,
                   de esos a los que se acusa
de revolucionarios
por pedir justicia y libertad y algo
de pan para todos
y miden la vida en la medida justa
de la vida:
                 la alegría.

El mundo no pertenece
ni perteneció jamas
a los que se conforman
con el mundo. Ellos piensan
que solo tienen la realidad
y –lo que es peor–
que la realidad es no más
que la realidad.
Pero la vida –y nosotros
lo sabemos bien– pertenece
por derecho
al que la vive y se desvive,
al que sabe
que tal vez no todo sea posible
pero que si por algo merece la pena
nacer y crecer y reproducirse
y llorar de angustia y llorar de alegría
y tratar de no morirse
es por intentar hacer un sitio en el mundo
para la esperanza.





lunes, 13 de junio de 2016

Diatriba contra algunas personas de mi tiempo que escriben algunas cosas que yo detesto

Me he acercado,
he ojeado por un resquicio
de sus blogs y sus angustias
y los he visto uniendo unas palabras con otras
sin que nada ocurriese.

A veces –antes de despertar empapado
en sudor y agitación– les oigo balbucear nosequé:
Sigo esperando ese whatsapp
que me saque de la mierda
por ejemplo–
o El olvido es un cabrón
que me despeina las metáforas.
A veces hasta juegan con letras y asuntos capitales
y escriben cosas como TErminAMOs.
Escriben de todo:
Tú por ahí de fiesta y yo solo quiero follarte
mientras bostezo sueños imposibles.  
Te comería a versos.
Te amo a cobro revertido
–parecen mostrar, efectivamente, cierta predilección
por el verbo amar en ciertos contextos
que ellos consideran ocurrentes–
y también Fumo mucho tabaco de liar
y cuando bebo suelo echarte de menos
y tener mucha resaca
–es lo que ocurre cuando uno bebe–
y blablabla...

Perdón por la torpeza,
pero apenas acierto a reproducir
su afectación y su desidia.
No les niego su mérito,
pero imaginénse la sorpresa al descubrir
que muchos pasan holgadamente los veinte
–y hasta los treinta–.
 
No sé, yo no entiendo
de qué hablan.
Dicen palabras como  
Facebook, calimocho, reggaetón, joder, putada, medianoche,
alcohol, lunares, coño, cerveza, humo, bares, café.
Y las mezclan con amor,
con vida,
y recurrentemente, incluso,
con poesía.
Adjetivan por encima de sus posibilidades.
Escriben frases muy largas
que no alcanzo a comprender:
yo soy la última bala de mi propio revólver
y tú eres una diana en el salón
del después de un antes (?).
Tienden a ser políticamente incorrectos,
pero desconocen la frontera entre la irreverencia
y el mal gusto.
Recurren frecuentemente al neologismo,
aunque rara vez con fortuna.
Escriben cuentos muy cortos y sin moraleja
(del tipo Ella era un libro con las piernas abiertas 
y él no sabía leer),
usan la ironía pero no le sacan punta
y trastocan el orden dental por el labial
–fonética y literalmente–
acuñando términos como besayúname.
Lo confunden todo, es un desastre.
No distinguen entre una anécdota
y un aforismo. 
Si en sus versos aparece un mensaje
suele ser de texto.
Sospecho que idolatran a Bukowski,
pero mal.

Yo creo que están tristes por algo,
aunque, en el fondo, les gusta.
Supongo que será porque eso vende libros
o –mejor dicho– porque alguien los compra.
Perdón por la malicia:
igual es verdad y se sienten solos.
Alguien se apiadará de ellos.

Pero si los viejos poetas,
aquellos que intentaban desentrañar el mundo,
abarcar su tiempo mediante la palabra, 
buscar algo de verdad,
algo de belleza o solemnidad
–no sé, algo–
levantaran la cabeza...

Aunque, claro, eso es imposible.
(La muerte es una suerte de silencio
que pocas veces acostumbra a ser interrumpido).

Así que probablemente dirían
–exactamente–
lo mismo que ellos:
                                nada.


Instrucciones para un derrotista

A usted,
que sostiene que la vida
es no más que un asunto desgraciado
y la condición humana
algo miserable.

A usted, que vino al mundo
para sufrir plenamente y lamentarse,
para argumentar que la tierra
brinda tanto sepultura como consuelo,
para sostener que la alegría
es el síntoma esencial de los necios.
Usted –corríjame
si me equivoco–
dirá seguro que la conciencia
le conduce solo a lo fatal,
inevitablemente,
que sería hipócrita
ignorar la fatal certeza
que esconde la trama de los días.
Para usted, que no concibe
utopía alguna,
la esperanza debe ser una suerte
de minusvalía.

Olvida usted que un hombre
tiene la posibilidad de elegir,
de dignificar su existencia,
de dejar un rastro de amor
o alguna duda incluso:
                                
                         con eso basta.

Si no posee usted motivo alguno,
si está enteramente solo o pasa hambre,
no se hable más:
le comprendo y aquí tiene mi mano.
Pero tanto desasosiego por vocación
me parece –qué quiere que le diga–
casi un capricho.

Parece que algunos de ustedes mataron a Dios,
pero no han tenido aún el coraje
de ocupar su sitio.

Es por eso que a usted,
que sostiene que nada sirve y todo es vano
le digo:
            Sea consecuente.
            Muérase aquí mismo.

Muérase una vez tan solo
que valga por su vida.
Igual tiene razón
y la nada dice algo
de una existencia tan vacía.
Ya me lo confirmará luego
si es usted tan amable
y la muerte nos lo permite.

Pero si alarga una última conversación,
una última carcajada con los amigos
antes de arroparse apacible en su féretro,
querrá decir –tal vez– que intuye
que no es su muerte lo único
que usted posee con absoluta certeza
                                        sino su vida.
Así que viva.
                     Y no rechiste.


miércoles, 8 de junio de 2016

Crónica de una aparición

Recuerdo con especial cariño
la noche en la que vi
                                 un ángel
                                               caer.

No cayó del cielo.
Cayó sobre mí, literalmente.

Casi nos matamos.





                            

Antídoto contra la Posmodernidad

No me gusta –declaro–
el término ''Posmodernidad''.

Se dice de nosotros
que no conservamos la fe
en las grandes empresas,
en grandes fines.

Quizá el remedio sea,
simplemente,
forjarnos sólidos
principios.

Y volver a empezar.