miércoles, 6 de julio de 2016

Éxtasis

Hay veces, amor,
que quisiera devorarte.

No me basta rodearte
con mis brazos, ni despojarte
de la ropa que te guarda.
Tampoco me vale besarte
hasta que el oxígeno que desfila
en nuestra sangre
sea exactamente el mismo
para los dos.

No me vale poseer tu cuerpo
con tanta ternura,
quisiera contemplar de cerca
tu alma
y acariciarla como se acaricia
la luz de un día anhelado.
Yo quisiera maravillarme
del milagro que se esconde tras tu nombre,
bajo el cuerpo que te hace humana
elevando al nivel de arte esta armonía
y esta imperfección
                               tan celebrada.

Por eso te arranco el vestido
–porque tú me permites hacerlo,
gozando de este patrimonio
conjunto que es la intimidad
y que cuidamos como un tesoro:
sin herirnos–, por eso
recorro con mi lengua tu cuerpo entero
y toda tú me muerdes como si quisieras
llevarte contigo una parte de mi carne.
Tanto, tan humanamente nos amamos,
que parecemos dos salvajes.

Tú sabes bien
que esto no es un regalo torpe,
que no busco nada salvo amarte,
que yo no soy solo el cuerpo que me acota
y que necesito darme,
¡darme
entero!
para vivir en ti y en mí,
para estar vivo
donde ayer solo anidó un vacío;
herido
          de las veces que di mi cuerpo
para sellar, tan solo, nada
             y nació, muerto, un silencio.
             (Yo era también un desconocido).

Y a veces parece que busco
                 –sí, que busco algo,
sin saber el qué pero buscando–
en mi agitación y mi incapacidad
de estarme quieto
cuando estás desnuda frente a mí.
Y lo que busco
al recorrer como recorro tu cuerpo entero
es apenas un resquicio, una grieta,
por donde penetrar en ti
enteramente,
un lugar donde prescindir también
de mi cuerpo
para ser tú y yo el amor,
para amarte totalmente
como yo te amo.

Aquí, amor,
en tu cuerpo,
no temo la nada.
Habrá tan solo
una pequeña muerte
que nos consuma
       para consumar
                    la vida.

Y después
tan solo
tu cuerpo
y tu alma,
mi cuerpo
y mi alma
desnudos,
arropados el uno
por el otro
en un tiempo ajeno
al tiempo,
en un espacio
que no mide nada,
en un lugar
que mide apenas
lo que mide
                   la esperanza.




Epitafio

Aquí muero yo a diario:

En el pensamiento,
cuando traiciona.