La
poesía es un perro
tirado
en la calle.
Se debe
como todas las artes
y como
todos los perros,
—qué
simpáticos compañeros—
al ser humano,
al ser humano,
y no a sí
misma.
Por eso,
escribir un poema
es
también, de alguna forma,
un acto de rebelión.